Demasiado temprano, pero las sabanas me atrapaban,
necesitaba escabullirme, mi energía me pedía movimiento, necesitaba airearme.
Busque mi suéter azul, me encantan sus bolsillos, dentro el móvil, algo de
dinero las llaves y a la calle. La mañana aún estaba con la luz apagada, un
escalofrío me abrazó, me equilibro la energía. Fui calle arriba, buscando el
camino hacia la playa, mi aliento daba pistas que por dentro aún estaba
aletargada.
Llegue a mi destino, el aroma del mar pacifica mis
pensamientos, los hace navegar al mismo ritmo que sus olas, que en ese momento
eran un bálsamo de paz. Me senté en la arena. Solo ese relajante sonido, el sol
despuntado, coloreando lentamente las nubes. Y sin saber ni por donde ni
porque, me caíste encima. Me dijiste perdón, que no me habías visto. Me
sonreíste, intentaste levantarte, pero
volviste a caerte encima de mí. Nuevas disculpas y unas risas contagiosas, decidiste, quedarte a mi lado. Intercambiamos nombres, aunque sabía que del mío,
ni te acordarías, hablamos y hablamos de temas banales, tantos que imposible
recordarme de nada que no fuera tu mirada. El mar de repente se transformó en
vida, pura energía, chispeando detrás de tus pestañas, las olas se dibujaban
espectaculares en el movimiento de tus labios, y mi pensamiento flotaba como un
corcho entre tus palabras. Como iba a poder conciliar el sueño, me encuentro en
el mismo sitio, deseando que me caigas por la espalda, deseando oír tus alegres
disculpas, deseando volver a despedirme de ti con un beso, dos, tres…y nos
olvidamos de entregarnos una sencilla combinación de cifras, un teléfono, un
email, una dirección algo que nos pudiera…
Que bien huele la vida, aunque cuando hay chispa,
todo adquiere dimensión. Miro a mi alrededor, una botella
de cristal me llama la atención, me acerco, la recojo, dentro un escrito.
Te esperé, llámame…
Sonrió, vuelvo a casa con una lección nueva
aprendida, cuando se desea algo, jamas hay que tirar la toalla, siempre hay que dejar pistas; opciones...
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