Me escondí en el rincón más oscuro, ni el blanco de mis ojos denunciaban mi
presencia. Hacia frio, mi boca escondida
entre la ropa procuraba no delatar ni un signo de vida, no quería que mi
aliento fuera un blanco telegrama.
Los pasos rechinaban en mis oídos, aunque no
pasaban cerca, mis sentidos estaban repletos de adrenalina y podía percibir
cada muesca que trazaba la suela en los viejos adoquines. Mis rodillas
temblaban, las mantenía separadas por miedo a que el choque entre ellas causara
algún imprudente ruido. Seguía la sombra del silencio, la vibración del sonido
que lentamente se alejaba.
No podía ser todo tan denso, no había hecho
nada para llegar a ser víctima. No podía quedarme allí, toda la noche, toda la
vida. Sentía miedo, pánico, pavor a coger las riendas, a salir al galope y gritar ¡Se acabó!
Me deje llevar, normal es crecer creyendo. Me
deje embaucar, normal es crecer creyendo. Me deje dominar, normal es crecer
creyendo. Me deje….
Anna B. Pellicer
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