Me había
levantado como siempre.
¡Temprano!
Bajaba por
Ronda Sant Pau para ir a buscar el bus.
¡Primavera!
Cambio de
hora.
¿Hay que contar más?
Antes de llegar a la esquina vi como mi
autobús se perdía en la lejanía. Me quedaba plantada. Suerte que me había
levantado temprano como siempre.
¿Temprano? Bueno
no. Llegaba con retraso, una hora. ¡Casi ná!
Tenía unos
minutos de espera. La mañana despejada, con un cielo abierto a la vida. El
paralelo es una avenida con una energía muy especial, tiene una vitalidad muda,
quizás sea porque es nocturna: teatros, salas de fiestas, bares,
restaurantes. Pero planea ese respeto sonoro para que descansen los artistas.
Mirada rápida
en busca de un número conocido. ¡Nada! pero ya no iba a tardar.
A mí me sucede
que cuando espero en la acera y tengo cerca un bordillo, le doy pequeños
golpecitos con el tacón, cada persona tiene sus manías ¡Que se le va hacer!
Y así a lo
tonto, sin preguntar, y aunque las calles estén ahora asfaltadas, que al Molino le hicieran un lifting en la fachada, y en vez de haber una antigua central eléctrica de la cual solo quedaran las
tres chimeneas haciendo de anfitrionas de un maravilloso parque.
Rebobine…Me fui atrás hasta mis cinco
añitos.
Un señor, él revisor, elegantemente uniformado y con gorro, agujereando
un sencillo billete de papel fino y suave, para confirmar el sano ritual del
pago del corto viaje. Recuerdo como me lo devolvía con una sonrisa. Ese trayecto era
especial, el ultimo, porque iban a quitar el tranvía. Seguramente porque ese día
también era claro, despejado y cuando baje del tranvía me tropecé con la acera,
que mi mente recupero con mi pequeño tic maniático, una porción de amor, el
recuerdo de mi madre compartiendo un símbolo conmigo.
¡Me emociono!
Veo que se
acerca un bus, mis ojos humedecidos no distinguen los números, pero me subo, oigo el
resoplar del calderin, ya no hay revisor, pero si la fugaz sonrisa del conductor.
Me agarro con más fuerza a la barra, busco mi pañuelo perdido en alguno de los bolsillos,
que como siempre está al contrario de la mano desocupada.Cierro los
ojos y dejo que el sol acaricie mi rostro. Los abro cuando noto que giramos y mi mirada
despierta a una realidad
¡Perdición
me equivoque!
Solo me queda
bajar en la siguiente parada. Está visto que… mejor me olvido de que hoy… ¡Además
es domingo! No me esperan en ningún lado. Miro al cielo y sonrió, porque esa
cualidad también es un heredado regalo. Decido no bajar, busco un buen lugar y
me escapo con el autobús a viajar por el tiempo.
Anna B. Pellicer
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