28 de abril de 2013

REGALO HEREDADO




Me había levantado como siempre.
¡Temprano!
Bajaba por Ronda Sant Pau para ir a buscar el bus.
¡Primavera!
Cambio de hora.
 ¿Hay que contar más?
 Antes de llegar a la esquina vi como mi autobús se perdía en la lejanía. Me quedaba plantada. Suerte que me había levantado temprano como siempre.
¿Temprano? Bueno no. Llegaba con retraso, una hora. ¡Casi ná!
Tenía unos minutos de espera. La mañana despejada, con un cielo abierto a la vida. El paralelo es una avenida con una energía muy especial, tiene una vitalidad muda, quizás sea porque es nocturna: teatros, salas de fiestas, bares, restaurantes. Pero planea ese respeto sonoro para que descansen los artistas.
Mirada rápida en busca de un número conocido. ¡Nada! pero ya no iba a tardar.
A mí me sucede que cuando espero en la acera y tengo cerca un bordillo, le doy pequeños golpecitos con el tacón, cada persona tiene sus manías ¡Que se le va hacer!
Y así a lo tonto, sin preguntar, y aunque las calles estén ahora  asfaltadas, que al Molino le hicieran un lifting en la fachada, y en vez de haber una antigua central eléctrica de la cual solo quedaran las tres chimeneas haciendo de anfitrionas de un maravilloso parque.
Rebobine…Me fui atrás hasta  mis cinco añitos. 
Un señor, él revisor, elegantemente uniformado y con gorro, agujereando un sencillo billete de papel fino y suave, para confirmar el sano ritual del pago del corto viaje. Recuerdo como me lo devolvía con una sonrisa. Ese trayecto era especial, el ultimo, porque iban a quitar el tranvía. Seguramente porque ese día también era claro, despejado y cuando baje del tranvía me tropecé con la acera, que mi mente recupero con mi pequeño tic maniático, una porción de amor, el recuerdo de mi madre compartiendo un símbolo conmigo.
¡Me emociono!
Veo que se acerca un bus, mis ojos humedecidos no distinguen los números, pero me subo, oigo el resoplar del calderin, ya no hay revisor, pero si la fugaz sonrisa del conductor. Me agarro con más fuerza a la barra, busco mi pañuelo perdido en alguno de los bolsillos, que como siempre está al contrario de la mano desocupada.Cierro los ojos y dejo que el sol acaricie mi rostro. Los abro cuando noto que giramos y mi mirada despierta a una realidad
¡Perdición me equivoque!
Solo me queda bajar en la siguiente parada. Está visto que… mejor me olvido de que hoy… ¡Además es domingo! No me esperan en ningún lado. Miro al cielo y sonrió, porque esa cualidad también es un heredado regalo. Decido no bajar, busco un buen lugar y me escapo con el autobús a viajar por el tiempo.
                                                                                                             Anna B. Pellicer

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