11 de noviembre de 2012

CUENTO: UNA BICICLETA

                                    

Nací hace muchiiiisiiiiimos años en el pensamiento de alguien que solo puedo conocer; por el gusto con el que me diseño. Tengo dos ruedas, con muchísimos radios y doble cámara interna, un cuerpo tubular ligero, bien torneado de un color azul eléctrico, unos frenos de disco fuertes y seguros.
La primera vez que salí al exterior de la fábrica me alucino el calor del sol y la cantidad de personas que pasaban diariamente por delante del escaparate donde yo estaba expuesta. Otras veces me asustaba por los relámpagos y la cantidad de agua que caía.
Yo soy una bicicleta; por lo menos así me llaman todas las personas que entran a verme ¿una bicicleta... suena bien a que sí?
Una bicicleta para adultos, soy grande; fuerte y aguanto mucho peso. Tengo tantas marchas y platos que las subidas las transformo en largas rectas y las bajadas en seguros paseos.
Hoy ha entrado en la tienda, un chico joven, he notado que le gustaba, nos hemos sentido atraídos inmediatamente,  cuando me ha cogido el manillar y se ha subido, he notado que el sillín recogía perfectamente el tamaño de su culin y que sus manos al desplazarse por el manillar lo hacían con orgullo, era agradable la sensación. Cuando se ha bajado lo primero que he oído ha sido...perfecta; esta bici es perfecta.
Bici, me ha llamado bici...eso es lo mismo que decir “para el resto de la vida”. Al poco rato iba paseando por la calle mayor, ampliando tranquilamente mi conocimiento espacial de mi entorno, mi horizonte había cogido dimensión, mi cadena se había tensado mientras que los pedales iban dando ritmo a mis radios, el viento eclosionaba con fuerza en mi foco de luz y la libertad corría alrededor de mi, el entusiasmo de Felipe se traducía en rapidez y cogida de curvas muuuy cerradas, de saltos y levantamientos de rueda, tenía que reconocer que él era un buen piloto, porque aunque más de una vez, yo no tenía demasiado claro que iba a suceder, de una derrapada cambiaba la dirección y volvía a respirar. La verdad es que no me preocupaba demasiado lo que me podía suceder a mí pero y ¿a él? No creo que tengamos la misma resistencia a las caídas. Pero Felipe era fuerte y sabía muy bien manejarse conmigo.
Cuando llegamos a su casa, descubrir mi nuevo hogar, un flamante garaje, donde no faltaba detalle, llaves inglesas, cámaras de aire nuevas, destornilladores, tuercas y tornillos de todas las medidas, grasa de la mejor para poder hacer que mi cadena se deslizara con total suavidad sacando la máxima potencia a todos los cambios del piñón. Lo único que no me gusto demasiado era lo de tener que estar colgada como un jamón, pero por otro lado mis ruedas lo agradecían porque así descansaba del trote que cada día me daba Felipe.
Pronto descubriría que ni yo era una bici normal ni Felipe era un ciclista del montón. Yo era una súper bici de campeonato, hecha de materiales súper duros y ligeros. Y él el mejor de su serie en cuanto a filigranas en montabike. Durante algunos años estuve en el escalafón más alto de las listas de competición. Y no baje, yo lo sé, pero con los años me sustituyeron...al igual que yo fui la substituta de otra hermosa bicicleta...hay algo llamado marketing y Felipe tenía en su contrato que cada cuatro años tenía que cambiar la bicicleta, así los jóvenes quedaban fascinados y eso le reportaba ingresos extraordinarios. Pero para Felipe yo era su elección, él y únicamente él había ido tienda por tienda para escogerme a mí. Era su capricho, su preferida, y aunque me tenía que compartir con otras. En sus momentos de ocio siempre me sacaba limpia y bien engrasada para dar una vuelta por el circuito que tenia bien estudiado en una montaña cercana. Subidas; bajadas; frenadas; saltos espeluznantes; giros y regiros imposibles. Yo me dejaba guiar, confiaba plenamente en Felipe. Yo le otorgaba fiabilidad dureza y resistencia que traducido era, confianza. Las piruetas que hacia conmigo nunca las realizaba con las nuevas bicicletas, me sentía rápida e invencible sabiendo que él me llevaba.
Una noche Felipe no regreso como tenía por costumbre, pasaron los días y nadie abría la puerta del garaje, el polvo se fue depositando en mis radios, en mi manillar y el aire se fue escapando lentamente de mi doble cámara de aire. Yo seguía colgada como un jamón olvidado en el garaje, me sentía triste y abandonada. Pero una mañana de lluvia, la puertecita pequeña se abrió y por ella la sombra de alguien que me resultaba familiar. Era él, me miraba con una amplia sonrisa de satisfacción y lágrimas en los ojos. Se acerco a mí y maldiciendo repetidas veces el nombre de alguien a quien yo no conocía, me descolgó y con una lentitud sorprendente para mí, se subió al sillín y me agarro fuerte. Se bajo despacito y torpemente, después abrió la puerta grande del garaje, entro la tenue luz de la farola y por fin pude ver que estaba parcheado de arriba abajo, un parche blanco le recogía una pierna y un brazo; la cara la tenía toda llena de rayitas. Y lo que más me sobresalto fue la tristeza de su mirada.
-Hoy será el primer día de trabajo.
Y me saco a la calle, dejándome debajo de la lluvia durante mucho rato, cada gotita de agua se fue llevando una mota de polvo, mi color azul eléctrico fue reapareciendo poco a poco. Después me volvió a meter en el garaje y con la mano libre me fue secando poco a poco, cada rincón era revisado concienzudamente, tardo mucho en dejarme bien, aunque no perfecta.
-Guau vaya día de trabajo, estoy reventado. Mañana seguimos.
Pero tardo unos días más en que llegara el “mañana”. Y cuando pensé que se había olvidado de mí, volvió, esta vez le habían sacado los parches. Me volvió a bajar y estuvo limpiando y engrasando la cadena y cada uno de los platos. Y luego hizo algo que me sorprendió, en la rueda de atrás puso dos ruedecitas más pequeñas. Ya no me caía, me dejaba sola y me quedaba de pie, al principio me encontraba “un poco ridícula” pero después me gusto sobretodo porque entonces descubrí que gracias a estas dos ruedecitas más pequeñas podía subirse en mí, el pequeño Nico. Él es el sobrino de Felipe y tan audaz como su tío. No le llegaba el culo al sillín pero se subía a los pedales y con las manos agarradas al manillar, me llevaba a dar vueltas por el jardín de la casa. Que deciros que no imaginéis, me comí mas de un árbol, todos los bordillos quedaron marcados en mi “chasis”. Los días fueron pasando y a mí a veces me entraba la añoranza de ser llevada por Felipe, de coger las curvas y dar saltos por las laderas de la montaña. Por otro lado pensé que a partir de ese momento había sido relegada a ser la bicicleta de Nico, de hecho hacia muchas semanas que Felipe no venía a verme, y últimamente ya no estaba nunca colgada como un jamón, ahora quedaba toda la noche tirada en cualquier lugar del jardín, la verdad es que a veces era mejor eso que quedar abandonada dentro del garaje, por lo menos la nostalgia me la acunaban las estrellas, y aunque sé que soy una bicicleta y que no puedo suspirar, sé que si lo pudiera hacer pediría que se realizara el deseo de volver a correr con Felipe sentirme importante y cuidada.
No sé si fue mi deseo, o que cuando las cosas se piden con gran convencimiento; a veces como oí a los humanos; los deseos se cumplen pero esa mañana, mientras estaba tirada debajo de un árbol. Unas manos me agarraron del manillar mientras gritaban el nombre de alguien que no conozco. Fue todo tan rápido que no tuve tiempo de ver quien me cogía, en un plis plas me encontré dentro de una furgoneta, la verdad es que “me acojone” pero después de unas horas, y un brusco frenazo se volvieron abrir las puertas y pude ver a Felipe muy enfadado que me agarraba por el sillín y me empujaba dentro de una fabrica. El resto...solo puedo decir que me repintaron y me cambiaron las cámaras de las ruedas, me sacaron las ruedecitas y forraron de nuevo mi sillín y los nuevos frenos de disco que me pusieron los estamos aprovechando al máximo con Felipe. Él por el grave accidente que sufrió se retiro de hacer circuitos pero siempre vamos de vez en cuando hacer alguna pequeña demostración. Después me cuelga como un jamón, pero antes me ha dejado limpita y a punto. ¡Ah! Nico tiene prohibido cogerme. Y como Felipe le compró una bicicleta a su medida, a veces por la noche le hablo de todas las carreras en las que he participado, y si ella pudiera; estoy segura que se dormiría con la boca abierta. Yo me siento feliz, aunque ya sé que pensaras que una bici no puede sentirse feliz. Pero si pudiera tendría una sonrisa que de seguro te llegaría al corazón.
Anna

(Este cuento lo hice con cariño para felipe, la persona que sale en la foto, por su afición a reparar bicicletas).

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